En términos de incidencia delictiva y de acuerdo con los datos de la última Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública, son los robos los que representan, en mayor porcentaje, los delitos que se cometen en México. Delitos tales como el robo total o parcial de vehículo (11.5%), a casa habitación (6.9%), asalto en calle o transporte público (28.5%) y otros robos (5%), conforman la mayoría de los delitos cometidos en el país.
La sociedad, al estar más preocupada por otro tipo de delitos de mayor impacto, aunque de menor incidencia tales como las extorsiones (17.3%) o secuestros, se siente incluso afortunada de haber sido únicamente víctima de robo, tolerando el hecho en cierta forma por su "fortuna". Al no denunciar el ilícito provocan, con dicha omisión, que no haya delito que perseguir.
Los delincuentes, como cualquier otra persona, buscan prosperar. Un día, inician su carrera cometiendo un asalto a transeúnte y, al no ser detenidos, continúan en una escalada delincuencial y deciden perpetrar el ilícito contra un comercio o una casa habitación y así, sucesivamente, van migrando hacia la comisión de delitos de mayor impacto, hasta llegar a las grandes ligas de la delincuencia, en donde el roce con los grupos del crimen organizado les propone mayores beneficios económicos cometiendo acciones que privan de la libertad, sesgan vidas y demás delitos graves.
Lo peor del caso es que, de acuerdo con señalamientos de las propias autoridades de la policía federal, esta escalada delincuencial que anteriormente requería a una persona una larga "carrera" de 15 años, hoy se gesta en un lapso de tan sólo 30 días.
Si bien resulta cierto y obvio el que sea la privación ilegal de la libertad, y otro tipo de delitos graves, los que más afectan nuestra tranquilidad, igualmente resulta cierto que debemos reflexionar respecto de esta escalada delincuencial y ocuparnos de combatir los robos, frustrando así las aspiraciones de los criminales, ya que día con día son miles, sobre todo jóvenes adolescentes, quienes son arrastrados a las filas de la delincuencia, en un ciclo que parece no tener fin ni remedio alguno.
El resquebrajamiento del tejido social equivaldría a una gran planta, en la cual algunas de sus hojas y frutos se encuentran plagados. El gobierno está fumigando y tratando de erradicar dicha plaga. Como ciudadanía, no obstante, podemos y debemos ocuparnos de que las nuevas hojas y las ramas que continuarán aflorando no sean tan frágiles y vulnerables, dándoles una mayor atención y oportunidad de desarrollo que les permita contar con una vida saludable y productiva.
El escudo a conformar requiere un ingrediente fundamental: educación. Educarnos para evitar ser víctimas y sensibilizar a los niños y jóvenes para evitar que se conviertan en delincuentes.
En la medida en la que nos volvamos intolerantes a los robos, los aprendamos a prevenir y perseguir denunciándolos en su caso, evitaremos que un simple asaltante se convierta el día de mañana en un asesino desalmado.
La educación en materia de seguridad no es un aprendizaje que debamos buscar simplemente para enfrentar las circunstancias actuales, es una cultura que debemos iniciar con mucha paciencia y establecerla en nuestro hogar, difundirla en nuestra cuadra, en la colonia, en la delegación o municipio y, de esta aforma, en la medida en la que la llevemos y la desarrollemos en todas las comunidades, podremos apostar por un país seguro.
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