Qué hacer para reducir el bullying

El maltrato físico y/o psicológico deliberado y continuado que recibe un menor, por parte de uno o más de sus compañeros que se comportan con él de manera cruel a través de hostigamientos, burlas, amenazas, agresiones físicas o aislamiento sistemático, con el objetivo de someterlo y asustarlo, obteniendo así algún resultado favorable para los acosadores o satisfacer la necesidad de agredir y destruir que éstos suelen presentar, se conoce como acoso escolar o "bullying".

El bullying puede ser de tipo físico, verbal, psicológico, social e, incluso, virtual mediante el uso de internet o envío de mensaje de texto o video, a través de teléfonos móviles, e implica una repetición continua de las burlas o agresiones, pudiendo provocar la exclusión social de la víctima o, en casos extremos, conducirla al suicidio.

En América Latina el 70% de los niños son directa o indirectamente afectados por el bullying, al haber sido acosados directamente o haber sido testigos de acoso, lo cual impacta negativamente su capacidad de aprendizaje, desarrollo escolar y social.

La OCDE indicó que México ocupa el primer lugar a nivel mundial con mayores casos de bullying en nivel secundaria. La Comisión Nacional de Derechos Humanos señala que en las escuelas primarias del país, entre el alumnado del 60 grado, el 40.24% declaró que fue víctima de robo, 25.35% recibió insultos o amenazas, el 16.72% golpes y un 44.7% haber atravesado por algún episodio de violencia.

Si bien son las escuelas donde principalmente se sufre el acoso, los hogares representan el lugar desde donde se puede y se debe iniciar la prevención, al inculcar principios y valores, educando a los niños para enfrentar un mundo adverso y, en muchos casos, perverso. Por tanto, es preciso implementar acciones conjuntas que contemplen entre otras el:

Observar y supervisar el comportamiento y actividades de los alumnos.

Una buena supervisión previene el acoso, pues los momentos más críticos se sufren cuando los profesores no están presentes. Es preciso identificar factores de riesgo o actitudes que puedan favorecerlo o promoverlo, e intervenir determinantemente.

Aprender a identificar a las víctimas del bullying.

Estar atentos ante cambios de comportamiento de un menor, de humor o si se torna voluble o irritable o si se observa en él retraimiento, apatía, tristeza o llantos, así como trastornos de sueño, sin subestimar dolores de cabeza, estómago o vómitos, al igual que golpes o rasguños aún cuando el menor indique que fueron causados por el mismo. Algunos sufren pérdida frecuente de sus pertenencias o la necesidad imperiosa de estar acompañados al momento de llegar o salir de la escuela.

Prevenir el acoso, denunciarlo y evitar fomentarlo.

Un buen grito de ¡ya basta! al ser testigo de acoso, puede cesar las hostilidades. En cambio, la indiferencia ante él, de alguna forma, lo aprueba y promueve. Es preciso intervenir con inteligencia y no con más violencia, denunciando y motivando a la víctima a denunciar a las autoridades estudiantiles y a sus padres respecto del hecho, para prevenir que se agudice y provoque mayores afectaciones.

Enseñar a los menores a combatir a un acosador.

Resulta fundamental el no mostrarse vulnerable ante el acoso, evitando enfadarse o llorar que es lo que precisamente buscan los agresores. Asimismo, es importante capacitar a los menores en estrategias para resolución de conflictos a través de la mediación y negociación.

Reformar a los agresores.

Es preciso identificar a quienes incurren en escenarios de acoso y enmendarlos. Hacerles ver los graves daños que causan y la probabilidad de que sus 'travesuras' deriven en la comisión de delitos, con consecuencias fatales. En ese sentido, se debe inculcar a los niños el valor del respeto, la tolerancia y la no discriminación, para que traten a los demás como deseen ser tratados asimismo, así como el valor de la solidaridad.

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